Crímenes musicales (1): la fan fatal y la versión tex-mex de un drama griego

La asesina de Selena, Yolanda Saldivar, podría trazar una delgada línea entre el amor y el odio.

  

Es uno de los ámbitos misteriosos de la cultura popular: la naturaleza, el papel, el impacto de los fans (y me va a dar pena que no escribas «los fans», que suena a lunfardo). Territorio explorado por Stephen King en Misery, novela y luego película, donde un escritor está a merced de un seguidor que pretende imponer sus preferencias: pesadillas provocadas por una patología. Concretamente, el territorio del fandom pop fue explorado por Fred y Judy Vermorel, en Starlust: The Secret Fantasy of Fans, que abarcaba desde las ilusiones generadas por David Bowie hasta los no menos cálidos sueños protagonizados por una animadora tan sedosa como Barry Manilow. Había, en efecto, una personalidad de psicópata, similar a la que imaginó pasando de la hepatitis a Boy George para disfrutar de su sufrimiento. El libro se publicó en 1985, es decir, antes de que Internet facilitara un mayor grado de intimidad con las estrellas, que en el caso de Madonna se transformaba en ocasiones en acoso puro y duro (y delictivo). Pocos superaron la ofuscación de Yolanda Saldivar, una chicana nacida en San Antonio (1960), que se graduó en la escuela de enfermería y se obsesionó con la cantante Selena (1971), que aún no había iniciado su operación crossover para atraer al público anglosajón. Como figura de una escena regional, Selena era accesible. Y Yolanda ofreció sus servicios: fundó un club de fans y dirigió Selena Etc, una mezcla de salones de belleza y tiendas de moda. Selena se sentía explotada por su padre, Abraham Quintanilla, y no estaba segura de qué dirección le sugería su marido, el rockero Chris Pérez. La devoción ilimitada de Yolanda le ofrecía oportunidades menos comprometidas: no investigó su pasado, que incluía cierta desconfianza y un préstamo sin amortizar. Las estrellas, sobre todo si son relativamente recientes, tienden a creer que la adoración garantiza la materialización de fans incondicionales y desinteresados. Pero Yolanda era libre. En pleno apogeo de Selena, hubo quejas de miembros de su club de fans que habían pagado una cantidad sin recibir lo prometido y señales de irregularidades en su negocio textil. Las discrepancias se acercaban a los 60. 000 dólares y Yolanda aseguraba que tenía documentos que lo justificaban todo. Aunque Selena esperaba reunirse con Yolanda, se vio reforzada por otros argumentos: adquirió un revólver Taurus 83 y balas de punta hueca. Se alojaron el 31 de marzo de 1995 en un hotel de Corpus Christi. En principio, Yolanda trató de darle castigo: dijo que el día anterior había sido golpeada y violada en México; acudieron a un hospital donde no detectaron huellas de tan traumática experiencia. Volvieron al hotel donde, mientras hablaban, Selena descubrió la pistola e intentó escapar. Le golpearon en la espalda. Cubierta de sangre, la cantante llegó a la recepción para pedir ayuda. Cuando apareció el equipo de emergencias, no pudieron hacer nada. En el hotel, el drama duró nueve horas: la policía rodeó a Yolanda que, encerrada en su camioneta, no quería entregar su arma. Los agentes, hispanos como ella, prefirieron detenerla con vida. Lo que sabemos de los últimos momentos de Selena procede de ella, una fuente poco fiable, que -30 años después de los bares- insiste en repetir que el Taurus se disparó involuntariamente. Por desgracia, sus actos se han sublimado en una variación tex-mex de un drama griego. Incluso la etnia de Selena se ha difuminado al ser encarnada en el cine por una puertorriqueña como Jennifer López. Uno admira la delicadeza de Salma Hayek, que rechazó la oportunidad de actuar en una película biográfica.

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La naturaleza, el papel, el impacto de los fans, y lo siento si no se escribe «los fans», que suena a lunfardo, son aspectos misteriosos de la cultura popular. Un escritor está a merced de un seguidor que trata de imponer sus preferencias: las pesadillas causadas por una patología son exploradas por Stephen King en Misery, una novela y luego una película. Seguir leyendo

 

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