Con motivo de un libro que fantasea sobre su contenido, voces de la industria editorial describen las vicisitudes de los textos que se descartan.
La gente escribe, porque la gente tiene muchas cosas con las que contar y con las que asombrar al mundo, y cuando la gente sólo escribe envía esas cosas para ver si se las publican. Es un comportamiento natural del ser humano, casi una necesidad fisiológica, el orden correcto del mundo (editorial). Quienes las publican, las editoriales, y quienes intentan que las editoriales las publiquen, las agencias literarias, reciben decenas, cientos, miles de manuscritos de todo tipo, rango y condición que esperan ser bendecidos con la satisfacción de quienes detentan el criterio. Ser ungidos por los cálidos mecanismos de la imprenta. Brotan como flores, surgen como hongos. Son los manuscritos no solicitados. Muchos llamados, pocos elegidos. Más informaciónUn robo masivo de manuscritos inéditos inquieta al sector editorial «Recibimos todo el tiempo manuscritos, ya sea en la web, por correo o físicamente, folios encantados. Algunos incluso diseñan la cubierta, para ahorrarnos un trabajo. O envían su libro autopublicado, como si eso aumentara las posibilidades de ser seleccionados», dice María Fasce, directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books. A menudo existe la creencia de que enviar un manuscrito a una editorial equivale a tirarlo a la basura, pero, buenas noticias, resulta que las editoriales los tienen en cuenta. La editora María Fasce posa en Madrid, el 12 de febrero de 2025. Andrea ComasFasFasce afirma que sus sellos dan respuesta a todo. Así es, las posibilidades son remotas. Más que tirarlo a la basura, enviar un manuscrito no solicitado es como lanzar un mensaje al mar en una botella. Puede llegar a puerto, pero sólo empujado por corrientes muy favorables. Y eso que en España se publican, entre todo tipo de artefactos librarios, unos 90, 000 títulos al año. Algunos autores inéditos intentan llamar la atención en medio de toda esta gelatina: envían grandes cajas decoradas o camisetas comerciales. Merece la pena sacarse la cabeza. El escritor Miguel Alcázar acaba de publicar el libro Manuscritos no solicitados (Jot Down Books). En él recopila precisamente esos textos que las editoriales rechazan y que forman una especie de literatura paralela, la literatura que pudo ser y no fue. Así, hay textos muy diversos: un plagio involuntario de las ciudades invisibles de Italo Calvino, o una novela escrita con ChatGPT, o una protagonizada por anillos, martillos y arandelas u otra basada en las periferias de los habitantes del número 13 de la Rue del Percbe creada por Ibáñez. En otra, Federico García Lorca se salva de la muerte, pasa a la clandestinidad y desde allí lidera la lucha antifranquista. El escritor Miguel Alcázar, autor de ‘ Manuscritos no solicitados ‘ (Jot Down Books). Dedicado por el autor La verdad es que son ideas brillantes, pero hay que tener en cuenta un pequeño detalle: Alcázar se ha inventado estos textos, en un ejercicio literario propio de Borges o Perec. Y hay quien, en las redes sociales, ha caído en la trampa y ha estallado en cólera contra el autor por difundir estos materiales, una práctica que consideran humillante. Tampoco es raro: Alcázar juega a la confusión, como también hizo con las reseñas literarias inventadas en su anterior libro, La crítica literaria en los noventa (La uÑa RoTa). «Son un homenaje a los soñadores, a los apasionados, a los jodidos por la literatura», dice el autor. No hay que perder la esperanza, aunque un rechazo editorial puede tocar mucho la autoestima y las narices: James Joyce, George Orwell o Marcel Proust también fueron rechazados. A pesar del invento, Alcázar conoce bien ese mundo porque fue lector externo de editoriales. Son ellos quienes leen los manuscritos y les dan (o no) su visto bueno para que la editorial los tome en consideración. El primer hijo. Y Alcázar se enorgullece de haber dado salida a algunos libros de autores como Sergio del Molino o Patricio Pron. «Se trata de hacer un reportaje serio, con una valoración comercial, otra literaria. . . . Pagaron unos 80 euros por libro. Pero al ver que hay cierta arbitrariedad, a veces le pasaba los manuscritos a mi socio para que, bajo mi nombre, pudiera abarcar más material», cuenta. «Los manuscritos que llegan suelen ser aburridos, o normales, o mediocres. . . Sin embargo, eso no es muy diferente de la mayoría de las publicaciones», afirma. Todos los libros tienen algo bueno, aunque sean maloscuriosamente, los lectores de las editoriales están expuestos a diversos materiales literarios de dudosa calidad que pueden no ser lo más sano para formarse el gusto. «Nunca he leído peor que cuando fui lector editorial», dice Alcázar, «los que deciden lo que se publica llevan consigo ese bagaje de mala literatura». Pero, bueno, es hasta beneficioso. Como decía Cervantes, no hay libro que no tenga nada bueno, por malo que sea». Las agencias literarias, las que median entre autores y editores, también reciben manuscritos. «Es una locura, recibimos más o menos media semana», dice Palmira Márquez, directora de Two Passos. El género que más les llega es el thriller. Aunque en su web informan de que ya no aceptan, hay escritores que se corporizan en la agencia para pedir cita. En tu caso, no les da la vida (trabajo) para responder a todos. Es decir, prestan especial atención a los que les llegan de editores que no los ven en su sello (pero pueden estar en otros) o recomendados por los escritores representados por la agencia (que llegan casi a 100). Palmira Márquez, directora de la agencia literaria Dos Passos. Milagros Molinari (cedida por Dos Passos) Los criterios de publicación no son estrictamente literarios. Los libros que contengan una intrahistoria, que puedan generar noticias o que estén dedicados a temas de actualidad tendrán más posibilidades de ser publicados. Además, muchas veces las editoriales no buscan un texto, sino un autor: alguien con relevancia, con seguidores, con una personalidad única. Con un perfil. La industria editorial es una industria, no un museo. «Vamos más, hay una incontinencia tremenda. Mucha gente cree que tiene una vida lo suficientemente interesante como para ser contada, pero al final nuestras vidas son todas bastante anodinas. Afortunadamente, hoy se compran muchos libros en España», dice Márquez. En Anagrama reciben entre 600 y 1. 500 textos salvajes al año. «Hace un par de años decidimos pausar la recepción de manuscritos no solicitados porque nos resultaba muy difícil mantener un periodo de respuesta razonable. Estamos trabajando en un formulario web que nos permita reactivar y digitalizar el sistema de recepción», dice la editora Ana Rodado. Los manuscritos recibidos se registran y revisan ante el comité de lectura, que elabora un informe. Si el informe resultante es positivo, lo lee un editor de la casa. Inesperadamente, «existe el malentendido de que los editores no miran nada, y que tenemos un nuevo Ulises sobre la mesa y no nos damos cuenta», dice Fasce. Sin embargo, como señala, hoy es más fácil que nunca detectar el talento: se puede rastrear en las redes sociales, en la prensa, en el boca a oreja, por las muchas vías por las que un autor puede llegar hoy a los editores. A veces basta con ver cómo se presenta el escritor en su correo electrónico o en su carta de presentación, o el tema del proyecto o la lectura de las primeras páginas. El primer descarte también puede ser sencillo para quien lo decida. María Fasce dice que, en 32 años de profesión, no ha encontrado demasiado material publicado en la avalancha de manuscritos que llegan a su mesa. En otros casos sí aparecen: la agencia Dos Passos fichó así a autores como Alba Carballal o Daniel Remón. Durante cuatro ediciones desarrolló una forma de canalizar estos manuscritos a través del Premio Dos Passos a la primera novela, publicado por Galaxia Gutenberg y que ganó, por ejemplo, Daniel Jiménez con Cocain. Esther García Llovet, escritora, fotografiada en la Plaza de Colón de Madrid en enero de 2022. Entró en Anagrama enviando su manuscrito.. Olmo CalvoEn Anagrama entraron autores de la talla de Alejandro Zambra, Juan Pablo Villalobos o Esther García Llovet. «Llevo seis años enviando mi novela Submachine a distintas editoriales y muchas hacen esa cosa tan española de que no te dicen que no, no te dicen nada, y entonces estaba esperando y esperando», cuenta García Llovet. «También guardo cartas de rechazo que son elegantes y muy explícitas, para ponerlas en un marco», añade. Escribió un libro con un título muy apropiado: Cómo dejar de escribir porque se había hartado de este mundo y de los constantes intentos de publicarse a sí mismo con la cabeza en un muro. Hizo un último intento. El 28 de diciembre, Día de los Inocentes, recibió una llamada: «Mrs. García Llovet, ¿quiere hablar con Mr. Jorge Herralde]entonces director de Anagrama]»? El escritor pensó que era una monja. Pero no lo era. Desde entonces, ha publicado cinco novelas en Anagrama, con muy buena acogida, que han construido el extraño universo de los Llovetianos. «Publicar es muy complicado, sobre todo si no conoces a nadie en las editoriales. Aunque ahora hay más editoriales que cuando empecé, editoriales indias, muy buenas. Y estoy muy contenta». Un final feliz.
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La gente escribe porque tiene muchas cosas con las que contar y con las que asombrar al mundo, y cuando se limitan a escribir, envían esas cosas a ver si las publican. Es una necesidad fisiológica, casi un comportamiento natural del ser humano, mantener el curso apropiado del mundo (editorial). Quienes las publican, las editoriales, y quienes intentan que las editoriales las publiquen, las agencias literarias, reciben decenas, cientos, miles de manuscritos de todo tipo, rango y condición que esperan ser bendecidos con la satisfacción de quienes ostentan el criterio. Ser ungidos por los cálidos mecanismos de la imprenta. Brotan como flores, surgen como hongos. Estos son los manuscritos que no se han recibido. Muchos contactaron, pero pocos eligieron. Seguir leyendo