La película está bien documentada, y todo lo que sucede es verosímil, a excepción de algunos giros, pero sin duda describe con precisión las dificultades a las que se enfrenta actualmente la Iglesia Católica.
Un cónclave es un acontecimiento de película, con el inconveniente de que nadie ha entrado nunca a verlo, salvo los cardenales de la Iglesia católica, que tienen que guardar el secreto de lo que allí ocurre. Por eso, aunque luego se acaben sabiendo muchas cosas, hay que inventárselo todo. Cónclave, la película de Edward Berger que con ocho candidaturas es una de las favoritas este domingo en la ceremonia de los Oscar, se lo inventa bien. Está muy documentada, es muy precisa en los detalles y, sobre todo, lo que cuenta, salvo algún giro, es verosímil. Además, retrata con bastante acierto lo que está pasando en la Iglesia en estos momentos, los dilemas a los que se enfrenta y puede estar contando cómo será más o menos el próximo cónclave, cuando llegue, algo que la salud del Papa ha puesto muy de actualidad. Robert Harris, en cuyo libro se basa la película (como ocurrió con El escritor o El oficial y el espía, ambas dirigidas por Roman Polanski), trabaja siempre con rigor. Más informaciónBrasil acaricia su primer Oscar en un ambiente de carnaval y MundialEn Italia, la crítica del diario de los obispos italianos, Avvenire, no fue nada mala, admitiendo que era un buen producto y que tenía reflexiones interesantes, aunque señalaba que «es imposible no sonreír ante ciertos personajes o situaciones que, sobre todo a los ojos de los espectadores italianos, corren el riesgo de parecer parodias involuntarias». Hay algún cliché, pero son matices. Sin enjuagar nada de la historia, se pueden enumerar aciertos y detalles precisos. El protocolo de la muerte del Papa, los ambientes y todos los rituales y mecanismos en general de cómo se organiza el cónclave son muy correctos, porque la verdad es que está todo muy reglamentado. Lo menos veraz son los espacios: en la película la residencia donde se alojan los cardenales parece más alejada de lo que es en realidad, y más grande, cuando la verdad es que el Vaticano, tal y como se conoce, es muy pequeño. La Capilla Sixtina se encuentra al otro lado de la Basílica de San Pedro y los cardenales están en un lado. Viajan en autobús por comodidad. De izquierda a derecha, Sergio Castellitto, John Lithgow, Isabella Rossellini y Ralph Giennes posan el premio conjunto para el reparto de ‘ Cónclave ‘ en los Screen Actors Guild Awards, en Los Ángeles, California, el 23 de febrero. Daniel Cole (REUTERS) El momento de la acción es atemporal, pero muy cercano a la actualidad. Hay un detalle muy preciso: el Papa de la película no muere en el palacio apostólico, sino en la habitación de una especie de hotel dentro del Vaticano, y así es como vive Francisco, y sólo él, es el primer Papa que lo hace, en una suite de la residencia de Santa Marta (concretamente la 201, segunda planta, de 90 metros cuadrados). La referencia es muy clara. Como otras que hacen referencia al carácter del Papa fallecido: ha emprendido muchas reformas, con las que ha intentado limpiar la Curia, que contaba con la furibunda oposición del sector conservador. Antes de la crítica de Francisco que en realidad sólo sustituyó a una burocracia por un tribunal paralelo con idénticos vicios y problemas se hace. Por otro lado, se tocan problemas muy reales, y algunos aún poco conocidos como el abuso de monjas por parte de sacerdotes. Aparece una figura ya en desuso, pero certera: el llamado cardenal in pectore, que es el nombrado por el Papa, pero sin revelar su nombre, por razones de seguridad. Ocurrió con obispos de Europa del Este durante la Guerra Fría, o de China hasta hace unos años. El último en recurrir a esta fórmula fue Juan Pablo II, en cuatro ocasiones. Y lo más interesante es que al último, ocurrido en 2003, nunca se le dio el nombre porque Wojtyla tomó el lugar de sepultura en 2005 y dejó el nombre del difunto, pero no lo precisó en su testamento. Se llaman in pectore por eso, porque el nombre lo guarda el Pontífice «en el pecho». Otro personaje bien construido es el del protagonista, magníficamente interpretado por Ralph Fiennes, que es el Decano del Colegio Cardenalicio y en el periodo de sede vacante es una de las máximas autoridades, y quien dirige el cónclave. Aunque en el siguiente, por ejemplo, el actual, Giovanni Battista Re, no puede participar por tener más de 80 años, límite para entrar en la Capilla Sixtina. Isabella Rossellini, en ‘ Cónclave’, sustituirá al cardenal más anciano, que aún no tiene esa edad. El desarrollo del cónclave en la película se parece al de 1978, y es probable que ocurra algo parecido en la próxima, dada la complejidad de la situación. Dos grandes bandos, progresistas y conservadores, se enfrentan sin contar con los dos tercios de los votos, y queman a sus candidatos. Luego deben buscar un nombre de consenso, que a veces puede ser inesperado. Es lo que ocurrió en 1978 con Juan Pablo II, arzobispo de Cracovia. Se espera que ocurra algo parecido en el próximo, hay una gran división interna. Aunque en la película la distinción de bandos es un tanto esquemática, en aras de la comprensión, se acusa la animadversión entre ambos en estos momentos. También es cierto el choque entre los nostálgicos de un Papa italiano o europeo, y una Iglesia globalizada que ya es mayoritaria. De hecho, en el próximo cónclave habrá más cardenales y países que nunca, probablemente para sorpresas y nombres desconocidos. En la película, por razones narrativas, se salta de la muerte del pontífice al inicio del cónclave, pero en realidad en los días previos los cardenales celebran asambleas, las llamadas congregaciones generales, donde intervienen, debaten y se dan a conocer a sus compañeros. Es entonces cuando se forjan los candidatos, no tanto en el último momento, sobre la marcha. Los personajes son complejos, y en general se percibe la verdad de aquel dicho romano de que quien entra Papa sale cardenal. En otras palabras, quien quiera que sea o crea que puede ser, no es. La búsqueda e intercambio de información, a veces malintencionada, sobre el pasado de un posible candidato, por si tenía trapos sucios, y sobre su salud, es muy cierto para calcular lo que puede durar. Porque corrió el rumor de que gozaba de buena salud, el propio Bergoglio contó lo del cónclave anterior. El Papa, además, como se ve en la película, puede despojar a un cardenal de su derecho a entrar en el cónclave, y Francisco ya lo ha hecho con algunos, como Angelo Becciu, envuelto en un escándalo financiero. En cuanto al entorno conspirativo de la Curia, las mismas noticias de los últimos años ya han dejado claro que cualquier ficción puede acortarse.
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Un cónclave es un acontecimiento de película, con el inconveniente de que nadie ha entrado nunca a verlo, salvo los cardenales de la Iglesia católica, que tienen que guardar el secreto de lo que allí ocurre. Por eso, a pesar de que muchas cosas acaben dándose cuenta, hay que inventarlo todo. Con ocho candidaturas, la película Cónclave, de Edward Berger, es una de las favoritas este domingo en la ceremonia de los Oscar. Lo inventa bien. Está muy bien documentado, es preciso en sus detalles y, sobre todo, lo que cuenta, a excepción de algunas falsedades, es verosímil. Además, está retratando con bastante acierto lo que está pasando en la Iglesia ahora mismo, los dilemas a los que se enfrenta y puede estar contando cómo será más o menos el próximo cónclave, cuando llegue, algo que la salud del Papa ha puesto muy de actualidad. Robert Harris trabaja siempre con rigor, incluso cuando su libro se basa en la película (como ocurrió con El escritor o El oficial y el espía, ambas dirigidas por Roman Polanski). Seguir leyendo