El Louvre del día después: el museo vuelve a abrir con la herida a la vista

Tras el mayor robo en décadas, el museo reabre con una normalidad ganada a pulso y seguridad encubierta. Mientras el modelo masificado esté en cuestión, la galería de Polo permanecerá cerrada por tiempo indefinido.

  

El Louvre abrió a la hora prevista, como si fuera un día normal, sólo que con una nueva herida a la vista. Tras el peor robo en décadas y después de tres días cerrado al público, el museo parisino quería que fuera un miércoles cualquiera, o al menos eso parecía. Hacia las ocho de la mañana, frente a la pirámide de cristal de I. M. Pei, la fila empezó a formarse para la apertura de las nueve, bajo la discreta vigilancia de una docena de agentes. En el ala sur, bajo la cristalera forzada por los ladrones el domingo pasado, un coche de policía y un furgón de seguridad componían un dispositivo de seguridad minimalista para escenificar esta vuelta a la normalidad, sin llamaradas ni despliegues. Más informaciónLas claves del robo en el Louvre: siete minutos, cuatro asaltantes y una escalera para acceder a las joyas de la CoronaEn la acera de enfrente del Sena, algunos permanecían ante sus teléfonos móviles con la ventana reventada, ahora cubierta de negro, como telón de fondo. En el interior, el murmullo de un joven guía, con marcado acento francés, informaba del golpe a una bandada de turistas, como si fuera ya una parada más del recorrido: «llegaron en dos motos», «rompieron las vitrinas con una radial», «lo hicieron todo en ocho minutos y escaparon», «la pérdida se eleva a 88 millones». Esta era la foto del Louvre del día después. El plan de reapertura se llevó a cabo sin contratiempos. «El museo reabrió normalmente a las 9:00, su horario habitual, y registró mucha afluencia al ser la primera semana de vacaciones escolares. Se agotaron todas las entradas de la semana. La capacidad máxima es de 30. 000 visitantes al día. Hoy también abrimos por la noche hasta las 9:00, así que habrá aún más gente», dijo un portavoz del Louvre. Otros trabajadores y guías, sin embargo, percibieron menos público de lo habitual. Bajo esta calma institucional bien ensayada, queda el trauma del domingo: el secuestro de ocho piezas de valor incalculable, fijado en 88 millones de euros por la fiscalía. Un conjunto de 8. 700 diamantes, 34 zafiros, 38 esmeraldas y más de 200 perlas, resumen de siglos de historia política francesa y, salvo milagro, ahora condenados a la ruptura. Un cartel bloquea la entrada a la Galería Apolo, este miércoles durante la reapertura del Museo del Louvre, en París. DPA via Europa Press (DPA via Europa Press) Entre grupos de visitantes del mundo y abuelos franceses a cargo de sus nietos en pleno recreo escolar, un turista asiático pregunta por la Victoria de Samotracia simulando la ausencia de brazos: su expresividad más que no habla inglés. Subiendo la escalinata de la diosa alada por el lado izquierdo, se llega a la galería de Apolo. La entrada está cerrada a cal y canto, sin un cartel que lo explique. «No hacen falta paneles para entender este cierre», dice un vigilante con unos amigos, dedicado a impedir, con desigual éxito, que los visitantes hagan fotos de esa entrada. Frente a la puerta monumental, impecablemente restaurada «gracias a Total», como recuerda un cartel -patrocinio que dialoga incómodamente con la historia de extracción colonial que rodea a estas joyas reales-, la afluencia alcanza oleadas cada media hora. A las 9. 30, 10 y 10. 30, según el horario de las entradas adquiridas con antelación, necesarias para acceder al museo. Se arremolinan en pequeños grupos, descubren la clausura y comprenden, de repente, que todo ocurrió aquí. El museo declaró el miércoles que la sala se mantendría cerrada por tiempo indefinido rompiendo una ventana y destruyendo vitrinas. Eso no se sustituye en dos días». ¿Por qué no informar in situ? «Partimos de la base del gran impacto mediático desde el domingo. La mayoría de los visitantes ya saben lo que ha pasado». En el acceso principal se ha improvisado un mostrador para dudas, aunque casi nadie se acerca. La mayor densidad se concentra, como es habitual, en la cara de Gioconda, ajena al robo y, sin embargo, epicentro de una masificación que ayuda a explicar, al menos en parte, lo sucedido. Visitantes de la Victoria de Samotracia, el miércoles en el Louvre. Gonzalo Fuentes (REUTERS) En 1988, el Louvre recibió 2. 7 millones de visitas al año. Hoy son nueve. No es causa suficiente del atraco, sino el contexto logístico que lo permite: más espacios en renovación -desde el departamento de arte bizantino a la gran librería del museo- y más proveedores en un paisaje ruidoso en el que la plataforma de un ascensor y cuatro intrusos llaman menos la atención de lo que deberían. El robo recordó lo obvio: el Louvre lleva años soñando -un nuevo acceso para descontracturar las visitas, una sala subterránea para visitar la Gioconda con entrada independiente, una nueva sala de recepción que costó medio millón de euros- mientras se machacan las nueces del día a día, como la seguridad básica, el mantenimiento o la videovigilancia. La presidenta del Louvre, Laurence des Cars, camina por la cuerda floja. Este miércoles, en su comparecencia ante el Senado francés para dar explicaciones sobre el robo, admitió el «fracaso» de las medidas de seguridad. Según Le Figaro, Des Cars presentó su dimisión el domingo por la noche, pero Emmanuel Macron la rechazó. Desde entonces, el presidente le habría advertido repetidamente: «Aguanta, no podemos interrumpir la dinámica de renovación del museo». La ministra de Cultura, Rachida Dati, también cierra filas: el martes insistió en que «los dispositivos de seguridad no fallaron», una afirmación que, visto el resultado, suena un tanto irónica. Los sindicatos del Louvre no piden su destitución, sino más medios. Las cifras ayudan a entender el panorama: el departamento de seguridad habría perdido alrededor del 25% de sus efectivos en una década, mientras la afluencia crecía sin tregua. Por otra parte, un vitriólico informe del Tribunal de Cuentas señala retrasos «persistentes» en las amplias zonas ciegas del museo: El 60% del ala Sully y el 75% de las salas Richelieu carecen de cámaras, y un tercio del ala Denon, donde se encuentra la Galería Apolo, tampoco tendría cobertura total. Colas a primera hora de la mañana, tras la reapertura del Louvre. DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press) Más allá de responsabilidades y déficit de personal, el golpe deja al descubierto otro punto ciego: el propio sistema de la galería Apolo. En los años 50, el joyero central, una caja acristalada sobre pistones hidráulicos, se hundía automáticamente en una caja fuerte construida bajo tierra al primer aviso de alarma y quedaba sellado fuera del alcance del público. El Louvre reorganizó sus colecciones en 2019, combinó las joyas del Segundo Imperio con las del Antiguo Régimen y las colocó en tres vitrinas contemporáneas con cristales aún más blindados, pero sin ese mecanismo de emergencia, que en este caso podría haber sido salvador. Sin embargo, el Ministerio de Cultura rechaza la hipótesis, avanzada por el semanario Le Canard Enchaîné. La reacción al golpe ha sido típicamente francesa: duele el crimen, pero sobre todo el símbolo. Pesa la pérdida irreparable de este patrimonio, exuberante recuerdo de los días de reyes e imperios, así como la grandeza que se transfirió a la República, que ahora es objeto de un ridículo racial debido a un robo en toda regla. En el extranjero, este episodio se ha interpretado como una metáfora del deplorable estado de la Francia actual, sometida a gobiernos inestables y a finanzas en caída libre, en un Estado que ya no puede ser protector. El Ministro del Interior, Gérald Darmanin, admitió sus límites al comentar el robo: «No podemos asegurar todo al 100%». La frase recuerda fatalmente a otra más antigua, pronunciada por el socialista Lionel Jospin en 1999: «El Estado no puede hacerlo todo». Muchos la consideran el principio de su caída política tres años después. Quizá el robo del Louvre condene, en miniatura, el drama francés de este siglo.

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Como si fuera un día normal, el Louvre abrió a la hora prevista, sólo para descubrir una nueva herida. El museo parisino quería estar allí un miércoles cualquiera, o al menos eso parecía, después del peor robo en décadas y tres días cerrado al público. La fila empezó a formarse hacia las ocho de la mañana, frente a la pirámide de cristal de I. M. Pei, para la inauguración de las nueve, bajo la vigilancia encubierta de una docena de agentes. Un coche de policía y un furgón de seguridad formaron un dispositivo de seguridad minimalista para escenificar esta vuelta a la normalidad, sin bengalas ni despliegues, en el ala sur, bajo la ventana que los ladrones habían forzado el pasado domingo. Seguir leyendo

 

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