La película triunfante de la noche me entretuvo y su personaje principal era digno de confianza, pero es difícil de recordar. Sin embargo, «El brutalista» sigue en mi retina.
No sé cuál es la audiencia televisiva de los Oscar en los últimos tiempos fuera de Estados Unidos, pero sospecho que está en alarmante declive. A mí nadie, salvo los profesionales cuya obligación es permanecer despierto esa noche, me dice que ha estado despierto hasta casi el amanecer para averiguar quiénes son los nuevos reyes de Hollywood y disfrutar con esa marcha de pompa y circunstancia, agradecimientos agotadores y desfile interminable de presunto glamur. Los bajos, las plataformas suplantan, el ir al cine durante casi un siglo estuvo de moda, era una costumbre, pero ya no se consume abrumadoramente en casa, solo o acompañado, con las interrupciones que dan al receptor el deseo. Pero el gran templo guarda las apariencias. Es decir, todos gemelos para decidir quién es el mejor del año. Los analgésicos habituales entre ellos y un silencio estratégico hacia el estado de las cosas en su país, ya que el impresentable Trump y sus gorilas también pueden intervenir en el negocio. De verdad, cállate. Si estuvieran bien ejercitados en la cultura despierta, tendrían que adaptarse a los impíos delirios y rescates del nuevo dueño del reino. Los que inventaron las comunicaciones tecnológicas enganchando al alma al universo complacido, no han dudado en venir presurosos (imagino que con el propósito de ganar aún más poder y dinero) a la corte de Atila. Leer másLos ganadores de los Premios Oscar 2025Los Oscar han sido previsibles entre la gente informada, también el público que se sintió enamorado de la película enmarcada en el cine independiente Anora. Reconozco que tiene mucho mérito haberla rodado con el exiguo presupuesto de seis millones de dólares (como es de esperar que saliéndose del habitual y ancestral derroche la excelente El Brutalista se desarrollará en treinta y dos días de rodaje y que costó diez millones), que ganó La Palma de Oro en el cada vez más decaído Cannes, pero no queda en mis mejores recuerdos del año. Me entretuvo, que ya es bastante, seguí con interés el idilio sexual y acelerado de esa joven zorra experta en supervivencia y el hijo drogata y loco de un oligarca ruso. Hay personajes, situaciones y diálogos con cierta gracia en el guión, la actriz Mikey Madison está hiperactiva, lista, sensual, estúpida y creíble en su papel, pero me cuesta recordar esta película a pesar de haberla visto hace unos meses. Y se llevó el premio más significativo. Y me alegro de que los pronósticos favorables respecto a la misericordiosa interpretación (sin más) de la resucitada Demi Moore se rompieran en ese sangriento e insoportable despropósito titulado The substance. Sin embargo, quedan en mi retina y en mi oído la atmósfera, la turbia historia y el estilo de ser contada que exhibe la oscura y fascinante The Brutalist. Es la película que más me ha impresionado este año, junto con la española Los destellos. Y lamento que se hayan olvidado de la cálida y verdadera biografía del joven Dylan en Un completo desconocido. Y lo que ha ocurrido en torno a la antes aclamada Emilia Pérez ha sido todo muy extraño, anticinematográfico y farisaico. Llegando a estar mamada por las viejas e impresentables declaraciones de su protagonista, Karla Sofia Gascón. Como si eso tuviera que ver con su interpretación. No pensé que la capo más brutal de México decidiera convertirse en mujer, borrar todas sus viejas huellas e irse a vivir en un solo plan al opulento Lago Como, aunque añorando trágicamente a sus hijos. También hubo algunos bailes y canciones. Algunas eran bonitas. Pero que los mismos que la habían aclamado ahora la desprecien por los pensamientos de su protagonista, huele a la peor farsa. Al menos han reconocido el magnífico trabajo de la bella Zoe Saldaña. Y la capacidad de emocionar de Walter Salles en la trágica y conmovedora Sigo aquí. Y nada que objetar a la inquietante y compleja interpretación de Adrien Brody volviendo a dar vida y angustia, como en El pianista, a un judío acorralado. La brillantez de su trabajo es incontestable. Como lo es también la del pequeño Timothée Chalamet encarnando a Dylan. Sin embargo, sólo había sitio para uno. Una lástima.
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No estoy seguro de cuál ha sido la audiencia televisiva de los Oscar fuera de Estados Unidos en los últimos años, pero tengo la sospecha de que está en alarmante declive. Nadie, aparte de los profesionales cuyo deber es permanecer despierto esa noche, me dice que ha estado despierto hasta el amanecer para descubrir quiénes son los nuevos reyes de Hollywood y disfrutar con esa marcha de pompa y circunstancia, agradecimientos agotadores e interminable desfile de supuesto glamour. Seguir leyendo