La ciudad está conmocionada por la ineficaz restauración de uno de los rostros de virgen más conocidos de la ciudad, uno de sus símbolos de identidad. Según el antropólogo Isidoro Moreno, parece como si la Giralda hubiera sido pintada de colores por la mañana.
Es una persona experta -quizá la que más- en restaurar obras de arte que son a la vez imágenes devocionales, pero dice que por ahora no quiere hablar de la restauración del rostro de la Macarena, y explica la razón: «En este momento haría daño a todo el mundo, porque mi estado es el de una persona rabiosa, dolorida. Ha sido todo tan extraño, tan precipitado, que si me desnudara, no dejaría a nadie en pie». Más información La hermandad de la Macarena pone en marcha el proceso de reversión de la fallida restauración Es el estado de ánimo de la Sevilla que sabe y calla, atónita aún por el espectáculo, prácticamente retransmitido en directo, de la precipitada, fallida, remendada, remendadora, del rostro de la Virgen de la Macarena, uno de los símbolos más queridos por los sevillanos creyentes y también por muchos que no lo son. Todos ellos pudieron comprobar, entre incrédulos e indignados, que la expresión de la Virgen de la Macarena había cambiado. Las pestañas, los párpados, el rostro en su conjunto no parecían los mismos. La imagen de la Macarena, antes y después de su restauración. . «Tengo amigos ateos, pero ateos, ateos, a los que no les falta un año para su cita con la Macarena en la madrugada del Viernes Santo», escribe la periodista Charo Padilla, la única mujer que declara la Semana Santa de Sevilla. «No rezan, no van a misa, pero esa noche se ponen en el mismo rincón que sus madres les llevaban de la mano cuando eran pequeños, y se emocionan. No me gusta como se ha tratado este tema a nivel nacional. Intentan abanicarnos. Dicen», Hay que ver cómo les han puesto unas pestañas. «No, no es por unas pestañas, es por la mirada en la que se depositan las oraciones de tus padres, tus recuerdos más íntimos, tus sentimientos, tu infancia. Emocionémonos tanto como queramos», prosigue. Si alguien ha estudiado en profundidad, a lo largo de toda una vida, cada aspecto de la sociedad y la cultura andaluzas es el antropólogo Isidoro Moreno. Sostiene que hasta cierto punto es lógico que fuera de Andalucía no se entienda muy bien el impacto, y también el eco tan aparentemente desproporcionado que ha tenido en Sevilla y en los medios de comunicación la fallida restauración de la Macarena. «Todo esto que ha pasado», explica en la terraza de un bar a las puertas de Carmona, «hay que situarlo en una dimensión identitaria, antes incluso -y sin que sea incompatible- que en la religiosa. Aquí claramente la dimensión identitaria desborda a la religiosa. Algunos iconos se convierten en referencias de identificación. La Giralda sería uno más de ellos. Y propone una hipótesis: «Imaginemos que a los responsables de la catedral de Sevilla se les ocurre pintar la Giralda de colores, porque parece ser que se han encontrado unos restos de pintura que hacen suponer que en el siglo XIII. . . . Hubiera sido un escándalo. No porque desde el punto de vista artístico se pudiera discutir la medida, sino porque se cambia la referencia, ya no es la misma, y la gente dejaría de identificarse con la Giralda. Hay otras referencias, no muchas, pero desde luego la Macarena es una de las más importantes, no en vano en los últimos 50 o 60 años se la llama la Virgen de Sevilla, aunque hay muchas otras, cada una de ellas muy importante por sus barrios o por sus devotos», afirma el experto. Una mujer llora tras ver los cambios en la cara de la Esperanza de la Macarena el pasado lunes.. Alejandro RuesgaMoreno, de 81 años y catedrático emérito de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Sevilla, añade otro aspecto que pide tener en cuenta para entender la reacción de la ciudad ante la posibilidad de que la imagen de la Macarena se haya visto alterada para siempre. «Estamos ante la confluencia de dos fenómenos opuestos. Uno, la dinámica de la globalización; el otro, la dinámica de la localización. Es decir, la reafirmación de la identidad colectiva de una ciudad como respuesta, resistencia y rechazo a la globalización y a algunos de sus efectos colaterales, al turismo desmesurado, a la pérdida del negocio habitual. . . «. Manifestación contra la restauración de la Macarena, el myércol. Alejandro RuesgaCiudad colonizadaLa terraza donde el antropólogo toma un té verde se llama Abacería, pero, por bonita que sea la palabra, no es más que un trampantojo. No es una tienda de nada, no es un fundido, no es un negocio de ultramarinos, sólo un bar común y corriente en medio de una ciudad que ya huye de sus tabernas tradicionales porque, como el mítico El Rinconcillo, ya han sido colonizadas por influencias y turistas de distinto pelaje. David Benítez, que atiende en la calle Alcaicería un negocio de objetos religiosos abierto en 1816, dice que en la cercana plaza de la Alfalfa «ya no se puede desayunar», porque a la hora en que al sevillano se le suele pedir un café y una media tostada con jamón, el turista anglosajón -el más rentable, dónde va a parar- ya va por la segunda jarra de sangría y una paella tempranera. El particular pueblo de gala de la ciudad, el territorio inexpugnable a salvo de bárbaros, prisas y mal gusto, era -al menos hasta ahora- la casa hermandad. A uno le podía gustar más o menos la Semana Santa, ser creyente o ateo, devoto de la esperanza de Triana, del Gran Poder o de la cofradía del Cerro del Águila -un tramo de trabajadores junto a la vieja tapia de Hytasa-, pero lo que no se les podía negar a los cofrades era el mimo por sus cosas, sus insignias, sus adornos florales, su triduo, su quinario, ya no digamos para todo lo que concernía -en lenguaje local- a sus «titulares amorfos», es decir, la Virgen o el Cristo de cada cofradía. Mosaicos con la Virgen de la Macarena, en la calle San Luis de Sevilla. PACO PUENTESDecidir si el próximo año el paso de palio ha de seguir portando gladiolos blancos – «como toda la vida de Dios»- o varales de nardo podría dar lugar a acaloradas discusiones hasta altas horas de la madrugada, botellas de Cruzcampo de por medio. Sin olvidar una cuestión muy importante: en Sevilla, como en tantas otras ciudades del mundo, los barrios tradicionales se han convertido ya en prohibitivos para sus antiguos vecinos, que no han tenido más remedio que emigrar a los barrios de aluvión o a las poblaciones limítrofes. Si siguen siendo trianeros, o macarenas, o de San Roque, o de San Bernardo, es porque siguen pagando su papeleta para volver al barrio el Domingo de Ramos, el Miércoles Santo o la Madrugá, los únicos días del año en que el barrio revive. Y también porque saben que si, como en la pandemia, las cosas vienen mal dadas y el dinero no llega a fin de mes, el recurso al fondo social de la casa de hermandad siempre será menos duro que la intemperie de las colas del hambre. No tiene valor legal, pero una imagen del Cristo o la Virgen del barrio, junto a la del Betis o el Sevilla, funciona como un sabio de pertenencia, una aguja de marea en medio de la diáspora. Por eso -y al margen de la caricatura, del chiste fácil- nadie, absolutamente nadie, se explica aún qué pudo pasar el pasado fin de semana entre los muros de la basílica para que la hermandad en la que se miran los demás -17, 000 hermanos, de los que más de 4, 000 salen de Nazarenos, un museo que es el 5º de la ciudad por número de visitas- expusiera la imagen de la Macarena a semejante instantánea. A la gran pregunta, qué pasó, nadie ha respondido. O no con seguridad. Y no, por supuesto, en la pista oficial. La hermandad de la Macarena aún no ha dado explicaciones concretas y suficientes, y eso no ha hecho más que aumentar la confusión, las especulaciones y las weds. Isidoro Moreno, antropólogo sevillano. PACO PUENTES (EL PAIS) Estamos al otro lado del río, en Triana, a escasos metros de la hermandad de la Estrella. Jueves a las cinco, 38 grados a la sombra. Fran López de Paz es un periodista que tiene la rara virtud de no ser importante, pero al que todos reconocen y respetan como una autoridad en el mundo cofrade. Conoce a todos los personajes que han intervenido en la desdichada curandera, incluido el hermano mayor de la Macarena, José Antonio Fernández Cabrero, al que ahora todos culpan. El periodista comparte con generosidad lo que le han ido contando. Un rosario de decisiones -unas tomadas por inercia, otras directamente incomprensibles- que condujeron a un desenlace fatal. «La propuesta de restauración ya me extrañó, porque sólo fueron cuatro días para hacer una limpieza de cara de la Macarena -una intervención conservadora- cuando se tardó cuatro meses en hacer lo mismo con la Esperanza de Triana». López de Paz está tomando una decisión tras otra, a cual más chocante, como la de Francisco Arquillo, un hombre que tiene 85 años y lleva mucho tiempo jubilado, una tarea muy importante será a sus espaldas. «Me dicen que hay que tener muy buena mano para limpiar con el hisopo, porque si pasas, no sólo te llevas la suciedad, sino las distintas capas que están sobredimensionadas. . . «. Y, como dice el profesor Juan Manuel Piñar, en una imagen cada milímetro cuenta». Uno de los momentos más incomprensibles es cuando, ya el sábado por la mañana, los restauradores dejan a la Virgen a los pies del altar y entonces, sí, la camarera de la Macarena y otras personas que están allí se dan cuenta de que la expresión del rostro ha cambiado tanto que va a causar un gran impacto en los fieles. Y sin embargo la exponen, y luego la quitan, y llaman a unos y a otros, para retocarla, para cambiarle las pestañas. Es todo un lío. Muchas cosas se hicieron sin ninguna lógica. En su pregón de la Semana Santa de 2019 -el único de una mujer frente a 84 hombres desde que se instauró el pregón en 1937- Charo Padilla incluyó una frase que de alguna manera sirve para explicar ahora la disconformidad que fluye en la ciudad, el orgullo herido de una ciudad que tanto se gusta a sí misma: «Macarena es el tiempo que nunca pasa, el tiempo que se detiene, el tiempo que vuelve».
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Aunque afirma que, por el momento, no quiere hablar de la restauración del rostro de la Macarena, y explica la razón: «En este momento haría daño a todo el mundo, porque mi estado es el de una persona rabiosa, dolorosa. . . Si me desnudara, no dejaría a nadie en pie porque ha sido todo tan extraño y precipitado. Seguir leyendo