Como la protagonista indiscutible de las naturalezas muertas de verano, esta fruta ha representado a lo largo de la historia del arte tanto las pasiones físicas como el racismo o el nacionalismo.
A veces, un simple acto puede desencadenar una avalancha de emociones, transformando un mundo limitado en la posibilidad de un placer sin fin. Esto sucede cada año, cuando, tras una larga espera, rompemos la resistente cáscara verde de una sandía y revelamos su interior. Comienza la temporada de higos, ese delicioso regalo del verano que en realidad no es una fruta. La visión es el primer sentido impactado por el intenso rojo de su carne. Luego será la sensación que percibimos con nuestra lengua, estimulada por su carácter frío y húmedo, según afirmaban los médicos de la antigüedad. Y también de nuestras manos, cuando, inevitablemente, su líquido pegajoso empiece a deslizarse entre nuestros dedos. En el paladar se desatará una verdadera celebración y, para culminarla, la sandía se volverá fuerte en esa memoria que es un estómago invisible. Esa experiencia se transformará en nuestra magdalena de Proust durante el verano, y ese primer bocado nos evocarás recuerdos de otros bocados que disfrutamos en la playa, junto a la piscina y en el patio.
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A veces, un simple acto puede desencadenar una avalancha de emociones, transformando un mundo limitado en la posibilidad de un placer sin fin. Esto sucede cada año, cuando, tras una larga espera, rompemos la resistente cáscara verde de una sandía y revelamos su interior.