Acaba de publicarse una modesta y extravagante autobiografía de Paca Aguirre.
Nunca he conseguido un punto con las fechas que he señalado, y me alivia el tema centrífugo. No escribo columnas retóricas, escribo columnas salomónicas, no por su equidistancia, sino por su práctica del twerking. Columnas que perecen. Cerca del 8 de marzo, intento ser transparente sin ser autoritario -la transparencia muchas veces lo es- y dedico estas líneas a Paca Aguirre, Premio Nacional de Poesía y Premio de las Letras Españolas. Carpenoctem acaba de publicar Que planche Rosa Luxemburg, pequeña y extravagante joya autobiográfica. Aguirre se mira a sí misma desde la distancia de una tercera persona: plancha, fuma un cigarrillo, y va por la calle. . . La autora abre una miga hacia los pensamientos malhablados de esa mujer que cuida a la tía octogenaria, frota los quemadores -el horror-, se le pillan los dedos con el clinker. Cada pensamiento está atravesado por el asco, la mierda, la prisa, y «asaltos innobles» de la domesticidad que constituyen el centro de su existencia femenina y carecen de empaque para formar parte de la literatura. No son aventuras en los mares del Sur ni héroes guerreros. Clara Morales lo explica en el prólogo: «Me pregunto si es posible escribir mientras se planchan camisas, si la razón por la que no se suele leer sobre planchar camisas es porque la plancha no puede escribirlas al mismo tiempo, o porque quien plancha camisas todavía no se considera escritor, o porque quien plancha camisas no quiere hacer nada cuando por fin se pone a escribir es sólo hablar de la plancha que espera». Cuando estamos cansados, tampoco queremos leer la turbina. El personaje de Aguirre se niega a leer demasiada ciencia-ficción y a no meterse en cosas serias: he aquí una de las grandes cuestiones sobre el poder transformador de la literatura desde una perspectiva de clase y de género. De la legitimidad simultánea de la denuncia de la alienación y del derecho a huir. Más informaciónMuere a los 88 años Francisca Aguirre, poeta de la desolación y la lucidezNo le bastan quinientas libras al año y una habitación propia. Para escribir necesitamos que la gente se ocupe de nosotros. Sabiendo que la literatura nos ayuda a escapar, pero también es el sitio de las realidades no dominadas y lo pequeño, también tenemos que pisar con una pata en la tierra – el cuidado, la preparación de caldo. Aguirre alude al «ejercicio de los problemas». Limpiar una aspiradora es crucial. «Los pobres, ya se sabe, no pueden perder el tiempo. Y menos si son amas de casa». Ni hay igualdad de oportunidades ni podemos permitirnos un segundo de desilusión. Las dificultades de ser mujer y de clase no privilegiada se suman a la autoexigencia, y producen ansiedad. La tristeza y la insatisfacción tienen su origen en un profundo impulso vital. Corazón que late a mil nadando contra corriente. Una antítesis de la presunta ratita, Aguirre, no le gusta barrer y se siente poco seductora. El marido poeta, que se gana el pan como poeta, se siente atraído por las mujeres jóvenes, mientras que ella es trabajadora asalariada, cuidadora de la casa, escritora novel. Este libro describe el trabajo doméstico como trabajo, a pesar de no estar sujeto a esa lógica de las ganancias que lo han demeritado históricamente. Sin embargo, agarra la plancha con las tenazas o firma una barbaridad con un rotulador gordo. El desencanto de Aguirre surge de una acumulación de agotamiento y de un trauma fundacional: una niña huérfana, hija de un republicano asesinado, quiere ser vieja de golpe para olvidar el dolor y el hambre. Necesita ser imprescindible. Aquí estamos nosotros para decir que lo ha conseguido.
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Con las fechas que he mencionado, nunca he conseguido un punto, y me alivia el tema centrífugo. No escribo columnas retóricas, sino columnas salomónicas, no por su equidistancia, sino por su práctica del twerking. Columnas que se asfixian. Seguir leyendo