El actor, de 68 años, que interpreta a un conocido héroe en la serie de televisión «El eternauta», basada en el clásico de la novela gráfica argentina de los años 50, admitió haber sido golpeado tras la muerte de Alejandra en enero, a los 62 años.
Madrid, finales de abril. Presentación de El eternauta, una apuesta internacional de Netflix. En una zona exclusiva de un hotel exclusivo, una corte de asistentes agasaja a los periodistas con el nerviosismo típico de las grandes ocasiones. El protagonista está siendo literalmente peinado para las fotos en una sala aparte. Sale, viene derecho, saluda cordialísimo y, uno, por hacer gracia y romper el hielo, se presenta con su nombre y su medio añadiendo la mítica colleja de José Luis López Vázquez en Atraco a las 3: «Un fan, un esclavo, un amigo, una criada». Darín sonríe a dentelladas y añade: «Ay, don José Luis, ¿cómo olvidarlo? ¿Eres consciente de que lo conocí mientras trabajaba? Yo era muy joven, estábamos sentados, rodilla con rodilla, esperando a entrar en escena, yo no me atrevía ni a hablar, y va y dice», A los actores no hay que pagarles por esperar, no hay que ir», canta, clavando el tono y la silancia característicos del actor. Si hay hielo, se funde en chorros. Esta es una entrevista que se publica corta, pero necesito media hora, porque todavía suelta la perla en el minuto 28. Lo sé, lo sé. No pasa nada. He visto algún documental de buscadores de perlas y nunca se sabe dónde está la más pura, ni siquiera si hay perla dentro de la ostra. ¿Cómo afronta un veterano como tú la centésima entrevista de promoción? Son parte del trato, supongo. Uno afronta el ascenso con diferente altura según lo contento que esté íntimamente con el resultado. Evidentemente, no es el caso, pero a veces ha tenido una para remar en el barro. Bueno, los argentinos decimos remar en dulce de leche, que todavía es más laburo, tan rico como sabés. En ‘ El eternauta ‘ encarna a un héroe ciudadano en una situación tan distante como la pandemia de cóvidos. ¿Las catástrofes llevan a las hazañas? Bueno, en la pandemia nos dimos cuenta de que no tenía sentido intentar salvar a uno, porque todos dependíamos de todos. Hasta que el vecino nos trajo unas naranjas. Entonces vimos a héroes anónimos reaccionar con sensibilidad y solidaridad. Sentí una gran esperanza de que este estado de ánimo colectivo durara, pero luego lo olvidamos muy fácilmente. ¿Le afectó directamente la pandemia? Sí. Mi mujer se vio muy afectada. Tuvimos una noche de terror en la que pensamos que íbamos a acabar muy mal. Los dos teníamos el covid, pero a ella le dio la famosa neumonía bilateral, estaba con un respirador en casa y, una noche, a las 3: 00 de la mañana, yo estaba en contacto con dos médicos de nuestra confianza por teléfono. Uno me dijo que había que hospitalizarla ya, y el otro, que dobláramos la medicación y hablábamos cada 15 minutos. A las 6 de la mañana, respondió a la medicación, le bajó la temperatura y empezó a ir mejor. ¿No pensaste en llevarla del tirón al hospital? Los dos teníamos el covid, a mí también me tocó. Si hubiéramos ido, nos habrían juntado a las dos en el tirón, o ella sí y yo no, y nos habrían separado. Aguanté y tuvimos suerte. Su personaje, Juan Salvo, es un hombre corriente, un héroe a su pesar. ¿Qué hay que ser? Bueno, no sé si soy un héroe. Lo que es es capaz de reaccionar ante la hostilidad. No le tiembla el pulso cuando hay que tomar decisiones. Eso es lo más difícil de la vida: tomar decisiones. Ha visto cara a cara la muerte, está curtido y no se queda petrificado, que es lo que nos pasa a nosotros ante el peligro. Lo malo es que eso no lo sabes hasta que te pasa, salvo los profesionales, que salen en el momento exacto en que te enfrentas al abismo. ¿Y eso hay que tenerlo? Yo me he pasado la vida diciendo que no, porque tengo a mi alrededor ejemplos de valentía y coraje que admiro. Soy bastante cerebral y el coraje requiere un punto de no medir las consecuencias. Pero últimamente estoy empezando a sentir que quizás estoy exagerando un poco conmigo misma, y que el valiente es el que, teniendo miedo, sigue adelante y toma decisiones. En ese sentido, sí: yo he tenido miedo y he tenido un arroyo, y otros no tanto. Me atrevo a decir que soy un valiente. Empezó a actuar a los 10 años. A sus 68 años y aclamado mundialmente, ¿se considera una vaca sagrada? No. No me considero una consagrada, infame ni nada de eso. Uno está en permanente experimentación y medición, dependiendo también del rebote de los demás, desde fuera. Hay etapas más reflexivas y más de euforia. Pero no sé si mi respuesta te servirá: Vivo permanentemente sospechando de mí mismo. Ahora tengo un largometraje por delante y no tengo ni idea de lo que voy a hacer. Es decir, sí, tengo una caja de herramientas poblada, pero no sé si las que voy a necesitar están en la caja o tengo que buscarlas fuera. ¿Aún falta un destornillador o una llave maestra en la utilidad? Y tanto, y un pulido fino. Y el día que sientas que estás al mando de todo, que lo sabes todo, habrás terminado. ¿Qué ve en los ojos de los jóvenes actores con los que trabaja? ¿Les impones algo? Veo respeto. Y colaboración. Las generaciones jóvenes tienen un nivel de información mucho más profundo que el que teníamos nosotros a esas edades. Veo todo tipo de cosas. Gente preparada e interesada en aprender y entrar en contacto con los más experimentados de una forma rotunda, educada y amable, y los hay más arrogantes, mezclando un cierto orgullo. Suelen ser los menos preparados, los malos. Pero no me siento capaz de juzgarlos. Me gustan los que están en la búsqueda, centrados y dispuestos a arriesgarse para intentar aprender. ¿Se puede aprender a ser actor? ]Largo silencio] Quiero ser honesto y conciso. Mi lema es vivir para aprender. Y me gustan los profesores que educan más con el ejemplo que con el discurso. No compro mucho los discursos. Me gusta la gente que piensa de una manera y trabaja en consecuencia, alineada con su pensamiento y su sensibilidad. Esos son los que marcan. Me ha pasado con actores y actrices toda la vida: implicarme en su aprendizaje sin que ellos se encarguen de enseñarme nada, sólo de verles trabajar. El privilegio de aprender a mirar por el ojo de la cerradura a otro. Ricardo Darín, el 23 de abril en Madrid. Bernardo PérezAprendiste de los mayores y ahora eres el veterano. ¿De quién aprendes ahora? Bueno, hay pocas historias intergeneracionales en las que uno tenga la oportunidad de ver cómo trabajan los mayores, salvo honestas excepciones, y eso restringe un poco el arco. Ocurre, mucho más, con las mujeres mayores. Hay pocas películas que nos hablen de una mujer adulta que entra en la tercera edad. Son las reglas del mercado las que restringen nuestras historias. Casi todas apuntan a la misma línea generacional. Las aguas se dividen y la juventud se queda a un lado y la gente adulta al otro. Héctor Alterio, su paisano, me confesó a los 91 años que se sentía poderoso en el escenario. Ya que lo menciona, Héctor es como un padre para mí en términos artísticos. Empecé a trabajar a los 10 años. En el viejo Canal 7 de Buenos Aires. Hacíamos un ciclo de teatro universal y teatro argentino. Es uno de los que pude aprender sin que se diera cuenta. Sólo mirándole, palpando codo con codo. Y hace poco, aquí en Madrid, compartimos en los Teatros del Canal. No pude verlo, porque nuestras obras coincidían, pero me dijeron que, aunque arrastra una curvatura en la espalda, está en el escenario recto, poderoso, para llorar. ¿Le ocurre lo mismo? ¿El teatro cura sus males? El teatro es poderoso porque es peligroso desde todos los puntos de vista. Puro vértigo. Sin más tecnología que un par de luces y música. Los actores están solos frente a un grupo que no se conoce y forma una masa de energía que no sabes para dónde va a tirar. Es lo primero que se siente en el escenario: esa energía. Cada día es inédito, genuino, original. Esa energía circula, o no circula, o se corta, o se detiene, o se desvía. En ese momento, te sientes poderoso. ¿Te sientes Dios? No hay necesidad de sentir a Dios, porque para eso primero tienes que creer en Dios. Poderoso en el sentido de estar al mando, de tener el control. Y sí, pueden arreglarte el día y cambiar tu estado de ánimo. No soy nada religioso. Lo de creyente ya es una cosa más exigente. Más de una vez habré mirado al cielo y habré dicho: «Dios mío, ayúdame», o habré pedido algo. «Eso es antiguo. Viene de dónde te has criado, en qué colegio, en qué familia, en qué barrio, lo que has mamado, y eso te va diseñando más allá de tu voluntad. Acaba de morir el Papa Bergoglio, su compatriota. ¿Cómo valora su papado? Desde que murió, he revisado mis propios pensamientos y he revalorizado aún más su papel en la Iglesia universal, porque he visto a los conservadores muy preocupados por algunas de las cosas que ha hecho Francisco y empiezo a considerarlo mucho más. Hay un gran camino por recorrer, pero él tiene una gran oportunidad. Nunca se olvidó de los pobres, habló todo el tiempo de la injusticia de las desigualdades. Ha trazado líneas que veremos cómo continúan, pero las ha trazado. Lo intentó. ¿Te sientes cómodo en la Argentina de Milei? Estoy a gusto en Argentina, quien sea porque soy argentina hasta la médula y porque amo profundamente a mi país, a la buena gente de mi país. Y hemos pasado por tantas crisis, tantas idas y vueltas, que estamos medio preparados, no digo preparados, pero sí. Dice que vivir es aprender, ¿qué nos queda por aprender? Pues ser viejo en el escenario, por ejemplo. He hecho de gente mayor que yo, lo he intentado con diversa suerte. Algunos fueron satisfactorios, otros no. Allí, también, a veces he rodado en caramelos de leche. Valoro mucho la actuación, pero veo los piolines, veo los hilos de la marioneta, cuando ves el truco, no se me pasa, aspiro a eso. Así que ve su propia tramoya y la de sus colegas. Claro, ¿cuándo no? Puede ser deformación profesional. Pero también conozco lo sublime. Puedo ir a ver a un tío que es un grande, un grande. Los primeros 15 segundos estoy viendo al tipo, pero al segundo 16 ya está a cargo del papel del personaje, y yo ya estoy arriba con él, arriba con la cinta transportadora. Ese es el misterio. Su única hermana murió en enero. ¿Cómo va el duelo? Voy a estar de luto toda mi vida. Era mi hermana pequeña, no tan pequeña, murió con 62 años, pero más joven que yo. Mi hermana pequeña. Con la que crecí. Mi testigo]se emociona]. Ni siquiera hay una palabra para el orfanato del hermano. Uno, de alguna manera, a partir de ciertas edades, puede estar preparado para la muerte de sus padres, viendo que es inexorable. Pero nunca se está preparado para la desaparición de un hermano menor. Como nunca se está preparado para la pérdida de un hijo. Sin palabras. Yo tampoco las busco. Eso no funciona para mí. Lo que sí sé es que voy a estar de luto toda mi vida por mi hermana pequeña. Intento agarrarme de una liana a otra para vivir con este dolor, con esa ausencia. ¿No hay envidia de la fe de los creyentes? Claro que sí. Quiero poner toda mi pena en que ahora está en manos de Dios y es un ángel que ha ascendido al cielo. Por desgracia, eso no me ocurre a mí. Entonces envidio a los creyentes porque tienen la posibilidad de confiar en que la muerte de quien quieres es una decisión del Señor. Y si yo fuera creyente, ahora estaría tan, pero tan enfadado con Dios que casi es una suerte para ellos que no lo sea. Y ahí te estoy dando la perla que estabas buscando. Lo vi en tu cara, lo vi en tus ojos. En los ojos del frente está todo, si puedes verlo.
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Madrid, finales de abril. Presentación de El eternauta, una apuesta internacional de Netflix. En una zona exclusiva de un hotel exclusivo, una corte de asistentes agasaja a los periodistas con el nerviosismo típico de las grandes ocasiones. El fotógrafo está siendo peinado en realidad por las imágenes en una habitación diferente. Aparece en Atraco a las 3: «Un abanico, un esclavo, un amigo, una doncella», saluda el más cordial, y, uno, por hacer la gracia y romper el hielo, se presenta con su nombre y su médium añadiendo la mítica colletilla de José Luis López Vázquez en Atraco a las 3: «Un abanico, un esclavo, un amigo, una doncella. » Darín grita: «Ay, don José Luis, ¿cómo se me va a olvidar? » y le sonríe a todos los dientes. Sabes que lo conocí una vez trabajando? Cuando dice: «A los actores no hay que pagarles por esperar, no deben ir, canta, clavando el tono y la sílaba característicos del actor», yo era muy joven, estábamos sentados, rodilla con rodilla, esperando para entrar en escena, y ni siquiera me atrevía a hablar. Si la hay, el hielo se derrite a chorros. Continue reading